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Encontré el Otoño en Granada

Gianni Berengo Gardin

Parece que por fín se decide a entrar este Otoño que llegó disfrazado de primavera. Lo he encontrado en las noches de Granada, en el frío de los dedos asomando en las sandalias, en la cara gustosamente helada al caminar y en la primera manta para dormir. Curioso contraste con el día caluroso que deja sin poesía los puestos de castañas en las calles, languideciendo mientras esperan a que bajen las temperaturas para abrir el frasco de perfume de brasas por las aceras. Entonces será cuando podamos ver derrotado al verano que huye.

De vuelta, adormecidos en el coche,

el verano tenía

la calidad abstracta del sueño de los otros.

Si las velas contienen

los momentos finales del crepúsculo,

si un animal inmenso se deshace

en las gentes de fuego de las playas

y los rompientes cumplen

el amargo papel de signo adverso,

todo aquello que huía con nosotros,

en el orden juicioso y familiar

de los veranos, de repente

nos desplazó del mundo

y en los ojos de extraños

se fundó su memoria.

Luis Muñoz. El verano que huye, 1991

El verano que dejamos de ser niños

Los dragones viven por siempre, pero los niños…

Eric Puybaret. Puff the magic dragon

En verano, de alguna manera, volvemos a ser niños y en otoño todo se esfuma dejando esa melancolía tan característica que nos hace aceptar con dignidad la derrota. Todos guardamos en la memoria aquellos veranos interminables, eternos, repletos de calle y de juegos, como los que disfrutaba el pequeño Jackie Paper con su amigo el dragón Puff, allá en la lejana tierra de Honah Lee:

Puff, el dragón mágico vivía junto al mar
y retozaba en la niebla del otoño
en una tierra llamada Honah Lee.
El pequeño Jackie Paper amaba aquel pillo dragón,
y le regalaba cordones y lacre
y otros extravagantes objetos.

Juntos viajarían
en un barco con las velas hinchadas
y Jackie hacía de vigía encaramado
en la gigantesca cola de Puff.
Nobles, reyes y príncipes
se inclinaban a su llegada,
y barcos piratas arriaban sus banderas
cuando Puff rugía su nombre.

Puff, el dragón mágico vivía junto al mar
y retozaba en la niebla del otoño
en una tierra llamada Honah Lee…

Un dragón vive siempre
pero no así los niños,
alas pintadas y anillos gigantes
dan paso a otros juguetes.
Sucedió una noche gris:
Jackie Paper no vino más
y Puff el poderoso dragón,
cesó su feroz rugido.

Su cabeza estaba llena de dolor,
y sus verdes escamas caían como gotas de lluvia,
Puff ya no salía a jugar por el camino de los cerezos.
Sin su amigo de toda la vida,
Puff ya no podía mostrarse valiente,
así que, Puff, el poderoso dragón
se arrastró tristemente hacia su cueva.

Puff, el dragón mágico vivía junto al mar
y retozaba en la niebla del otoño
en una tierra llamada Honah Lee…

Sí y todos tuvimos un verano que llegó sin avisar en el que cambiaron nuestros gustos, tal vez nuestras amistades, abandonamos los juegos y emprendimos el largo viaje en el que dejamos de ser niños.

Esta canción infantil fue compuesta por Yarrow & Lipton, integrantes del trío Peter, Paul and Mary, aquellos que popularizaron ‘Blowin in the wind’ del joven Dylan.  Grabada en 1963 se incorporó muy pronto a la cultura popular estadounidense y británica, no faltando versiones en otros idiomas. La letra de Puff, the Magic Dragon estaba basada en un poema que Leonard Lipton escribió en sus tiempos de estudiante inspirado a su vez en “Custard the Dragon”, un poema de Ogden Nash.

Esta bella historia nos deja un sabor agridulce por la tristeza del dragón eterno que dobla su cuello y llora al perder su compañero de juegos. Pero no todo el mundo interpreta esta canción como un viaje de despedida de la infancia. Hay quien opina que fue un himno para el movimiento hippie que escondía una metáfora en torno a la marihuana, por las referencias de Paper (papel) Dragon/draggin (colocarse) y Puff (fumar).

Opinad por vosotros mismos, escuchad esta canción que gusta a niños y adultos, al tiempo que observáis atentamente en este viejo vídeo las caras del público: la ilusión de los niños pequeños y la melancolía de los que pasan de los 60.

Para atenuar ese sabor agridulce surgen historias con un nuevo final como el que recoge  la adaptación ilustrada por Eric Puybaret publicada en 2007: cuando un niño se hace mayor hay otro aguardando en una esquina para jugar con el dragón.

Hoy quiero dedicar esta historia a quien este verano fue niño despreocupado y hoy anda observando, con feliz  melancolía, a esa niña que todavía juega con el dragón.

El verano que viene volveremos a sentirnos niños…

Nostalgia del verano

Llegados a este tiempo, cuando empiezan las primeras lluvias y  el frío solo es el fresco que se va colando en las conversaciones de ascensor, cuando la noche todavía va cayendo como un lento telón, de pronto nos agarra la nostalgia del verano. El verano, ese tiempo en el que rompemos con las actividades habituales y proyectamos nuestras fantasías con encuentros inesperados y relaciones fugaces. Acumulamos veranos con historias para pasar los largos los inviernos. Historias que a veces solo son sensaciones sin palabras, sin hechos. El verano, ese tiempo en el que buscamos la felicidad.

Tomaron un pequeño apartamento

al calor de la historia que empezaba

en un pueblo radiante de la costa.

Las familias miraban de reojo

su dulce suficiencia,

su ambigua cercanía cuando tomaban sol,

los leves empujones en la orilla

de muchachos buscándose en el juego,

la risa incontrolable,

el júbilo de luces y de compras

los días de mercado

y un remolino oscuro de murmullos

se levantaba al paso como una nube torda.

En sólo quince días avivaron

contrarios sentimientos, un ascua adormecida

y una imagen inquieta de la felicidad.

Recordarían de aquello más que nada,

muchos años después, en su país del norte,

la coartada airosa de su idioma

para hablar de deseo sin entenderles nadie,

las noches enlazadas de sus cuerpos

con las marcas blanquísimas de los trajes de baño

y un sobre con postales de vocación turística

que guardaron por siempre como un talismán:

el farero viejo cortando caña,

la junta de los bueyes en la plaza del pueblo

y una chica en biquini diciendo okey.

Luis Muñoz. Postales en un sobre

Viajes de negocios

No sé por qué cuando va acabando el verano nos atrapa siempre un momento de reflexión y pasan por nuestra memoria los proyectos vacacionales, lo que queríamos hacer y lo que no hemos hecho, los encuentros con la familia, las lecturas estivales…

El verano es tiempo de saborear el periódico. Así que cualquier mañana de verano, te levantas y relajadamente vas ojeando las noticias que entremezclan los titulares refrescantes y la sobreexplotación de temas a falta de otros más interesantes. Agosto nos despertó con la visita de Michelle Obama y es difícil que algo nos llame la atención, porque cuando el periódico llega a nuestras manos después de un largo proceso de impresión y distribución, ya estamos más que saturados tras la continua repetición en radio y televisión de las imágenes y anécdotas del anunciado acontecimiento: su visita al Sacromonte a las cinco de la tarde, las palmas que improvisó, el helado en Los Italianos, su paseo por las calles de Marbella

Y de pronto, se produce uno de los “milagros” de la prensa impresa que nos hace detenernos y reflexionar: en un lento recorrido de izquierda a derecha, de una página a otra, pasamos del viaje que podríamos denominar promocional a la noticia del viaje de la vendimia de muchos andaluces.

Se agolpan de repente otros titulares de hemeroteca que nos traen a la memoria largas historias escondidas en nuestros referentes culturales, algunos vividos y otros relatados en novelas, canciones, fotografías y películas : inevitable el recuerdo de “Bienvenido Mister Marshall”, las colas ante el tren de los emigrantes, la imagen de las pobres maletas con poco peso, despedidas de estación… Y la mirada olvidadiza de muchos españoles cuando ven a africanos, rumanos, sudamericanos pedir trabajo y vivir hacinados… Y olvidamos que nosotros también fuimos y somos emigrantes.

Páginas de periódico para compartir viajes de placer y “viajes de negocios”.