Héroes que se dejan mimar en la piscina

Voltereta

Voltereta

Seguramente has sentido alguna vez el vértigo ante una piscina a la que irremediablemente tienes que lanzarte y has sufrido la eternidad de los segundos que tardas en sumergirte. Como si fuera la vida misma, una piscina a la que entramos y salimos, a veces protegidos, empujados… y a veces gustosos de tirarnos de cabeza al mundo.

Hay ocasiones en las que quiere la casualidad que se nos presenten dos historias en un mismo día, aparentemente distintas pero que pudieran, de alguna manera, componer un solo relato. ¿O somos nosotros los que les damos unidad?. Queridos lectores pasen y vean esta sesión doble de cortometrajes y compongan una historia propia.

Empecemos por el principio: érase una vez  la infancia, la edad de los miedos, los descubrimientos y la búsqueda de protección familiar. Lolo, el protagonista de Voltereta, es un niño andaluz de 10 años que, allá por 1985 se traslada a vivir a Nueva York con su familia, equipado con el conocimiento que le proporcionan la lectura de comics y las películas americanas que ha visto en el cine de su barrio. No está sólo, observa el mundo americano concentrado en una piscina protegido por una abuela que es el cordón umbilical con la tierra de origen, defensora de los chorizos en el aeropuerto, la merienda española y del respeto a la siesta y la digestión. Oir un manifiesto de españolidad mientras te enfrentas al reto del primer día en América, no es fácil. ¿Cómo dar la talla cuando tú eres el diferente y un novato aprendiz de héroe?. No os perdáis este cortometraje, dirigido por el gaditano Alexis Morante, que está completo en filmín.

Érase una vez  la madurez, la edad de los miedos, el momento de ofrecer protección cuando todavía nos pesa la infancia, parece tan cercana… Qué rápido ha pasado el tiempo, seguimos buscando el empujón para sumergirnos en la piscina, aunque no está lejos el momento de tomar el relevo.

Metáfora de ese viaje es el cortometraje Deep End Dance dirigido por Conor Horgan y escrito por David Bolger, coreógrafo y director artístico del teatro de la danza de CoisCéim de Dublín. David sitúa su coreografía al fondo de la piscina, en una atmósfera que envuelve los cuerpos de David y Madge, su madre de 76 años, que lo empuja y acompaña en su danza onírica debajo del agua, en la misma piscina  en la que trabajó como instructora de natación, y donde enseñó a nadar a David .

La música y el movimiento de los cuerpos sumergidos abrazándose logra cautivarnos, nos transporta al inevitable viaje de la vida, a los mimos, cuidados, al acompañamiento, al relevo… Me pregunto, os pregunto ¿Quién cuida a quién?

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Celebrar la vida cotidiana

Jordan Matter. Dancers among us

Jordan Matter. Dancers among us

Cuántas veces hemos hecho fotografías en nuestros viajes que se han vuelto interminables porque nos empeñamos en aislar el objeto fotografiado, hacemos contorsionismo para evitar esa grúa que afea el paisaje que vimos miles de veces en postales, esperamos a que pasen los coches que tapan el monumento, aguantamos incansablemente hasta que desaparecen de la escena los ciudadanos con las bolsas de la compra evitando que su cotidianediad afee nuestra imagen ideal, aquella que testimonia que estuvimos en Nueva York, París o Londres… Como si la vida fuera eso, una postal retocada por el photoshop, como si no existiera belleza en lo cotidiano.

Esta es la idea que me transmite la obra del fotógrafo Jordan Matter «Dancers among us». Tuvo la inspiración viendo jugar a su hijo, tal vez porque los niños nos enseñan que necesitamos dar impulsos de vitalidad a la rutina. Sus fotografías, que utilizan la danza para hacer poesía de la vida cotidiana de Nueva York, cambian nuestra mirada situando movimientos imposibles en calles, comercios, bibliotecas, playas, parques… invitándonos a:

reparar en la belleza de un día de lluvia
leer el paso de peatones con las manos
emocionarnos con la lectura de una carta entre los muros de una prisión
saltar las vías del tren que vemos a diario
pisar el alquitrán a paso de danza
pensarnos entre la gente de un parque
recoger la naturaleza en un respiro al borde de las piedras que visten la ciudad
dejar que nos vean mientras miramos
flotar con la lectura en la biblioteca
poner la palabra amor a nuestros sentimientos
viajar a lomos de un caballo de tiovivo
reirnos con los encuentros en los aseos públicos
parar las prisas con un salto en la estación de metro
olvidar el frío con el calor del amor sobre la nieve
sonreir a los que nos visitan
dejarte abrazar por la ternura de la corteza de un árbol
flotar entre la ZZZZZ del sueño
¡Celebrar la vida!

Desde un hotel de Lima a París, Amsterdam y Nueva York

Las canciones viajan más que los astronautas.

Joaquín Sabina

Los hoteles son los hogares de miles de viajeros que añoran y crean entre sus paredes. ¿Cuántas historias esconden en sí mismos y entre tantas vidas que pasan por sus solitarias habitaciones?.

A un hotel de Lima que se construyó para celebrar la Batalla de Ayacucho, que dio fin al dominio colonial español, llegó un español para la inauguración de un parque. El aire decadente de sus habitaciones, la magia y el homenaje a la canción de Bob Dylan «To Ramona», buscaron los acordes, las rimas y la emoción. Y así nació esta canción que conocemos como Peces de ciudad y que es en sí un viaje por ciudades de un lado y otro del charco.

 

Se peinaba a lo garçon

la viajera que quiso enseñarme a besar

en la gare d’Austerlitz.

Primavera de un amor

amarillo y frugal como el sol

del veranillo de san Martín.

Hay quien dice que fui yo

el primero en olvidar

cuando en un si bemol de Jacques Brel

conocí a mademoiselle Amsterdam.

En la fatua Nueva York

da más sombra que los limoneros

la estatua de la libertad,

pero en desolation row

las sirenas de los petroleros

no dejan reír ni volar

y, en el coro de Babel,

desafina un español.

No hay más ley que la ley del tesoro

en las minas del rey Salomón.

Y desafiando el oleaje

sin timón ni timonel,

por mis sueños va, ligero de equipaje,

sobre un cascarón de nuez,

mi corazón de viaje,

luciendo los tatuajes

de un pasado bucanero,

de un velero al abordaje,

de un no te quiero querer.

Y cómo huir

cuando no quedan

islas para naufragar

al país

donde los sabios se retiran

del agravio de buscar

labios que sacan de quicio,

mentiras que ganan juicios

tan sumarios que envilecen

el cristal de los acuarios

de los peces de ciudad

que mordieron el anzuelo,

que bucean a ras del suelo,

que no merecen nadar.

El Dorado era un champú,

la virtud unos brazos en cruz,

el pecado una página web.

En Comala comprendí

que al lugar donde has sido feliz

no debieras tratar de volver.

Cuando en vuelo regular

pisé el cielo de Madrid

me esperaba una recién casada

que no se acordaba de mí.

Y desafiando el oleaje

sin timón ni timonel,

por mis venas va, ligero de equipaje,

sobre un cascarón de nuez,

mi corazón de viaje,

luciendo los tatuajes

de un pasado bucanero,

de un velero al abordaje,

de un liguero de mujer.

Y cómo huir

cuando no quedan

islas para naufragar

al país

donde los sabios se retiran

del agravio de buscar

labios que sacan de quicio,

mentiras que ganan juicios

tan sumarios que envilecen

el cristal de los acuarios

de los peces de ciudad

que perdieron las agallas

en un banco de morralla,

en una playa sin mar.

Joaquín Sabina. Peces de ciudad

Dímelo en la calle (2002)

 

Un hotel para documentalistas

Si a cada profesión le correspondiera un hotel, el de los documentalistas sería sin duda, el Library Hotel de Nueva York.

Situado cerca de la Biblioteca Pública de Nueva York y de la Morgan Library, el principal atractivo para el viajero documental, es su organización bibliotecaria.

El hotel toma como eje, la clasificación del conocimiento diseñada en 1876 por Melvil Dewey, conocida como la Clasificación Decimal de Dewey (DDC). Siguiendo este modelo, cada uno de los diez pisos del hotel, representa una de las principales categorías en que se divide el conocimiento. En cada planta, hay seis habitaciones en las que el saber se subdivide, hasta formar una biblioteca temática en cada habitación: idiomas, matemáticas, literatura, historia, artes… Todo está diseñado pensando en los apasionados de la lectura.

Como buenos documentalistas, estaríamos en condiciones de recomendaros qué habitación deberíais solicitar en vuestra  visita a Nueva York, si nos contáis  previamente cuáles son vuestras preferencias. Si eres un apasionado de la Botánica, tu habitación es la 500.004; si disfrutas con la pintura, pide la 700.002; si viajas con niños, quizás te interese pedir la habitación 500.005 dedicada a los dinosaurios; si deseas documentarte sobre salud y belleza, tu espacio está en la 600.006. Pero, aunque no nos lo digas, podemos afirmar, porque así nos informan todas nuestras fuentes documentales, que donde puedes disfrutar realmente es en la habitación 800.001. Dejamos para el curioso lector, las direcciones oportunas para que averigüe qué contiene.

Pero, este diseño, que ha tenido tan buena acogida entre una clientela que está dispuesta a pagar entre los 295 y 770 dólares por noche, no ha gustado nada a OCLC (Online Computer Library Center) que inició una demanda contra la empresa hotelera por la utilización no autorizada del esquema de clasificación Dewey y la falta de reconocimiento de la propiedad intelectual del sistema. Y es que DDC es un producto con una marca registrada, cuyos derechos pertenecen a  OCLC, una institución cooperativa sin ánimo de lucro, que adquirió en 1988 Forest Press, la empresa fundada por Melvil Dewey. OCLC mantiene actualizada una versión electrónica del sistema y la vende a más de 200.000 bibliotecas, en más de 135 países. Después de un mes de litigio, se llegó a un acuerdo extrajudicial entre ambas partes, mediante el cual el hotel reconocerá, en su señalización e instrumentos de marketing, que OCLC es dueño de la marca Dewey Decimal Classification® y además, donará un dinero a una organización dedicada al fomento de la lectura entre los niños.

Al parecer, algo tan serio como la clasificación decimal, ha tenido un gancho increíble ya que en la ficción, el Hotel Denouement también está organizado por este sistema. El hotel, definido como el “último lugar seguro” aparece en la serie de novelas de Lemony Snicket (seudónimo de Daniel Handler), Una serie de catastróficas desdichas, que compite con Harry Potter en las listas de libros más vendidos en EEUU. En 2004, se convirtió en película de la mano de Brad Silberling.

Pero mucho antes, unos modernos muchachos americanos decidieron formar el grupo musical «Dewey Decimal and The Librarians» para amenizar las fiestas universitarias de los sesenta. Para vender su disco, nada mejor que posar delante de los ficheros del catálogo de la biblioteca. No os perdáis el archivo sonoro procedente de los fondos documentales del Macalester College. Si el pobre Melvyl levantara la cabeza y viera lo que se ha liado, posiblemente diría: “¡si yo sólo quería organizar mis papeles…¡”.

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