Cada mañana, cuando nos levantamos, encendemos el teléfono móvil introducimos el PIN y nos preparamos
para ir al trabajo.
Tecleamos la clave para poner en marcha el coche. Llegamos a la empresa y para acceder introducimos nuestro número de empleado. Conectamos el ordenador y nos identificamos mediante nombre de usuario y password. Consultamos el correo electrónico, por supuesto después de teclear la contraseña. Y ya estamos preparados para trabajar en el sistema de bases de datos habitual, claro está, si recordamos cuál es la palabra de paso. En el descanso del desayuno, vemos que no tenemos dinero y acudimos a un cajero y a toda velocidad introducimos el número que nos posibilita “pagar el café”. De vuelta al trabajo, hacemos unas operaciones en la caja electrónica de nuestro banco, para ver si nos han ingresado la nómina y para finalizar el día compramos el billete de tren… Al cabo del día ¿cuántas claves utilizamos?. ¿Cuántas denominaciones para un mismo código secreto?. De forma paralela al recorrido que acabamos de describir, usamos otras tantas llaves: al salir de la casa, al abrir el garaje, al poner en marcha el coche, para usar la taquilla del gimnasio y para comprobar si hay cartas en el buzón.
Llaves y claves que nos dan acceso, como si de magia se tratara. Como si invocáramos una y otra vez el “ábrete sésamo” del famoso cuento “Alibabá y los 40 ladrones”. La sociedad de la información, no ha hecho más que poner en valor algo muy antiguo, pues el origen de la palabra clave se remonta a la antigua Roma. Las primeras cerraduras que se usaron en Roma consistían en dos argollas, atravesadas por un clavo. Dada la facilidad de apertura, se hicieron necesarios otros sistemas más complejos que impidieran los robos. De ese modo, surgieron clavos con formas específicas para cada puerta, de forma que sólo el dueño de la casa pudiera abrir y cerrar. También se modificó ligeramente la palabra, que pasó a llamarse clavis (llave, clave). En España, llave fue usada desde muy temprano, pero clave, no empezó a usarse hasta el siglo XVI, y siempre en sentido figurado, aludiendo a código secreto o reglas de funcionamiento.
Hoy, el término se usa indistintamente al de contraseña y password. Manejamos infinidad de claves en nuestro quehacer diario, tanto en el trabajo como en el hogar. Para recordarlas, escogemos contraseñas con un significado personal, como recurso mnemotécnico. Helen Petrie, especialista en el estudio de la interacción entre personas y ordenadores, afirma que “cuando se intenta pensar en un código de acceso, muchas veces salen a la luz palabras relacionadas con viejas obsesiones, hábitos de vida e inclusive, frustraciones, como una nueva versión digital del viejo test de Rorschach con las famosa manchas de tinta”.
Por ello, no es extraño que nos “retratemos” con nuestras claves: el amante de los animales utiliza el nombre de su mascota, el hincha deportivo homenajea a su equipo favorito, las madres usan el nombre de sus hijos y los enamorados, el nombre de la persona por la que “beben los vientos”. También, hay un retrato evolutivo de nuestro aprendizaje informático como sociedad. En los inicios de la informática, eran muchos los usuarios que utilizaban el término “hola” como contraseña, confiriendo un carácter anímico a la máquina a la que se enfrentaban.
La revista PC Magazine, publicó las 10 contraseñas más frecuentes y que harían troncharse de risa a cualquier experto en seguridad. Entre ellas, figuran: password, 123456, qwerty y el primer nombre del usuario… Bastaría un aprendiz de pirata, para acceder a las cuentas de estos confiados usuarios.
Pero, claro está, si seguimos las recomendaciones de los especialistas, ¿cómo recordarlas después? Todo menos apuntarlas en un post-hit pegado en la pantalla: usar combinaciones de caracteres alfanuméricos, símbolos, alternar mayúsculas y minúsculas y utilizar la extensión adecuada, para multiplicar las posibilidades combinatorias.
¿Podríamos recordar una clave de 60 caracteres?. Para ello, hay quién propone usar passphrases extraídas de algún párrafo de nuestro libro favorito y simplificar, usando la primera letra de cada palabra. De este modo, Euldlmdcnnqa, sería una clave que, además de ser segura, demuestra, una vez más, la versatilidad del Quijote, cuyo comienzo todo el mundo recuerda aunque nunca lo haya leído: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”
Las numerosas maneras en las que las contraseñas pueden comprometer la seguridad, está impulsando otras técnicas, como los métodos biométricos, que permiten la autenticación basándose en características personales inalterables, como las huellas digitales o el iris ocular. Imaginamos que la Piratología, estará poniendo al día sus investigaciones, para seguir funcionando “con normalidad”. Por nuestra parte, los documentalistas, seguiremos seleccionando palabras-clave que, por arte de magia, os permitirán encontrar la información que buscáis.
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