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Nuestros recuerdos en las nubes

lostmem

Deja que me cuele un poquito en tus pensamientos mientras haces el equipaje para ir de vacaciones en busca de recuerdos para el futuro y junto a la ropa imprescindible has preparado la batería, la tablet, el pendrive y has puesto a punto tus ficheros en la nube. No quieres perderte nada ¿verdad?. Una comida aquí y una ráfaga de fotos allá, almacenada y compartida… A la vuelta ya habrá tiempo de verla con detenimiento.

En un mundo hiperconectado nuestra memoria la tenemos repartida en tweets, post, repost, pines, fotografías que vuelan en la red y repositorios que ya no existen… ¿Dónde están nuestros recuerdos?, ¿Dónde está nuestra memoria? ¿Lo compartido es lo vivido? ¿Hemos cambiado la memoria por el control del flujo de la información?

¿Qué ocurre con la piel, el oído, el tacto y el olfato… ese archivo que portamos con un enorme poder evocador?. ¿Y los ojos?. ¿Desaprenderán a recordar, acostumbrados a desplazarse de pantalla a pantalla viendo transferir archivos de nuestro dispositivo a la nube?. ¿Y el alma… dejará de ser analógica y podremos descomponerla en ceros y unos?

¿Qué pasaría si un día hubiera una tormenta electromagnética y destruyera los datos digitales?. Te invito a que veas este cortometraje escrito y dirigido por François Ferracci. La historia es sencilla, una historia de amor más, pero no las circunstancias. Marc va en busca de su amor perdido antes de la caída de la «nube».  ¿Cómo encontrar a quien permanece desconectado?

Lost Memories presenta un paisaje formado por imágenes saturadas, videos, hologramas con una estética que recuerda a Blade Runner y Wong Kar Wai, para invitarnos a reflexionar sobre la perdida de nuestros recuerdos.

Y ahora sigue preparando tu maleta o sal a la calle y compra una polaroid 😉

Mientras tanto mira, oye, huele, siente y comparte…

¡Buen viaje!

 

Él escribía para hacer innumerable la conversación

El escribía para hacer innumerable la conversación; y eligió el viaje para la mayor parte de sus textos quizás porque es en el viaje cuando más gente distinta te echas a la memoria de las palabras…

Juan Cruz

Periodista español

Librería de Ultramar (Sevilla)

Librería de Ultramar (Sevilla)

Docuhistorias

Entonces yo era feliz y no lo sabía…

Marca Perú. Campaña Internacional 2012

Marca Perú. Campaña Internacional 2012

Vuelos rápidos para llegar pronto, hoteles confortables para no añorar el hogar, maletas resistentes para equipajes tecnológicos, wifi hasta en el último rincón del planeta, tarjetas repletas de dinero disponible al instante… ¿Y tú? ¿Vas contigo? Tú, el que fuiste, el que eres y el que quieres ser. ¿Resistirías una llamada de tu otro yo?.

Ese de hace veinte años, el que cogía su mochila, la tienda de campaña, la curiosidad, un libro y disfrutaba con cualquier cosa, es decir, con la vida. Esa llamada puede sonar en cualquier momento: cuando abres la caja de las fotografías de tu infancia, de tus viajes sin prisas ni estrés, cuando te sorprende un encuentro casual con un antiguo amigo… Entonces te envuelven buenos recuerdos de las pequeñas cosas y te das cuenta de que en ese momento eras feliz y no lo sabías. ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Eres lo que te imaginabas?

Marca Perú. Campaña Internacional 2012

Hay que saber envejecer siendo siempre jóvenes, no  para planchar las arrugas e ir por la vida disfrazados de lo que ya no somos, sino para no perder la curiosidad y las ganas de aprender. Indudablemente este anuncio de la Marca Perú, ha sabido poner el dedo en la llaga, porque todos tenemos un otro yo que nos inquieta cuando salimos a su encuentro.

La campaña, reforzada con un documental, ha sido realizada por Leandro Raposo, creativo de McCann, y Claudia Llosa, la directora de La teta asustada.El resultado ha sido espléndido porque ha sabido tocarnos la fibra sensible con el objetivo de que visitemos Perú, aunque hay que decir que no ha estado exenta de críticas.

Y ahora recuerda que…

Hubo un tiempo en el que éramos viajeros, no turistas, en el que nos guiábamos por la curiosidad no por un libro y no necesitábamos reserva para pasar una gran noche, y tú lo sabes. Si eres feliz apaga este vídeo… Ah, veo que sigues ahí…

El futuro… ¿Nos casamos con ella?. No!, creo que no. Y… ¿me quitaste el pendiente?. En fin, después de todo ya eres mayorcito. Pero recuerda que siempre teníamos tiempo para hacer amigos y para aprender, aprender que hubo un tiempo que el mundo entero decía «no se puede» y la ilusión de un país demostró que el mundo estaba equivocado y sobre todo recuerda que la vida es una sucesión de momentos y que depende de tí cómo los vivas.

Estés donde estés dentro de veinte años o bueno, estemos donde estemos dentro de veinte años recuerda cuando vinimos a Perú.

Bromas en una foto turística de París

Tiempo de vacaciones y tiempo de fotografías… Un monumento aquí, un paisaje allá, una pose simpática, un gesto cariñoso para recordar, aquí con la Torre Eiffel al fondo, que se sepa que fuimos a París porque nos queríamos.

Creo que ha debido caer en picado la venta de postales porque ya todo el mundo tiene una cámara entre las pestañas que registra todos y cada uno de nuestros momentos felices. Dicen que esta costumbre de fotografiarlo todo viene de Japón. Los japoneses, siempre escasos de espacio, empezaron a fotografiar todo aquello que querían poseer y no podían almacenar. Fotografiar es una forma de congelar el tiempo para poseerlo; es un clic que  guarda en nuestra memoria aquellos momentos que no queremos olvidar.

¿Quién no tiene en casa un lugar para las cajas de fotos, los álbumes guardados por colores y perfectamente etiquetados por viajes?. ¿Y quien no ha dedicado una tarde melancólica a abrir la memoria en forma de album y ha tratado de buscarse en el tiempo? ¿Y quién no ha roto una foto como si fuera posible borrar el pasado? Ese pasado que creímos feliz y se tornó incómodo…

Contra la melancolía, nada mejor que el humor y el optimismo aunque sea agridulce como las canciones de Anna Roig, cantante catalana de madre francesa, que nos trae de nuevo palabras en francés y sonidos de la chanson francesa que despiertan a Brel y Gainsbourg.

Su repertorio propio está cargado de teatralidad y fina ironía, al igual que este vídeo de la canción «Bigoti vermell» que parece hecho de recortes de postales con caricaturas coloristas. Un bigote rojo para una «venganza simpática», para reirnos de ese que un día creíamos amar y no fue para tanto, para reirnos del que éramos y ya no somos.

Si eres de los que te vengabas de los libros de Historia pintando bigotes a Felipe V o a la reina Mª Luisa en el cuadro de Goya, no resistas la tentación de transformar esas fotos que hoy te duelen y que ves como ajenas, pero usa el photoshop porque un día cuando ya no te duela querrás volver a buscar a ese que también eres tú.

Bigoti vermell

Te pintaré un bigote con boli rojo

En aquella foto que nos hicimos en París.

Te pintaré un bigote con boli rojo

En esa foto que no puedo sufrir.

Y a mí me pintaré cabellos rizados, bien largos.

Para transformar en divertidos aquellos momentos que no fueron.

Te pintaré un bigote con boli rojo

En aquella foto que nos hicimos en París.

Te pintaré un bigote con boli rojo

En esa foto que no puedo sufrir.

Ya que no te lo puedo pintar de verdad, bien largo.

Para verte un poco divertido, tú que no lo eres ni nunca lo fuiste.

Te pintaré un bigote con boli rojo

En aquella foto que nos hicimos en París.

Te pintaré un bigote con boli rojo

En esa foto que no puedo sufrir.

Y imaginaré que el viaje tampoco fue, tan largo,

Y imaginaré que de tan bonito incluso volvería a hacerlo.

Te pintaré un bigote con boli rojo

En aquella foto que nos hicimos en París.

Te pintaré un bigote con boli rojo

En esa foto que no puedo sufrir.

Y te pintaré una verruga y un moco que te cae, bien largo,

Para transformar en divertido todo eso que no lo fue.

Para transformar en divertido eso que recuerdo largo y triste,

Tan largo, tan triste,

Pero que de hecho … Tanto no lo fue

La información en una etiqueta de leche

Estamos tan acostumbrados al lenguaje del consumo, que no somos conscientes de la información que nos aporta el envoltorio de un producto comercial. Sólo hay que encontrar un hallazgo casual en el cajón olvidado de nuestra casa, para que se despierte nuestra curiosidad. Pongamos por caso, que un día cualquiera descubrimos algo tan corriente como la etiqueta de una lata de leche condensada y comenzamos a hacernos preguntas. ¿Qué hace esto aquí?. ¿Desde cuándo se conserva?. ¿Quién decidió conservarlo?. ¿Ha sido la dejadez o la voluntad de enviar un mensaje a los familiares futuros?. ¿Tenía vocación de coleccionista o simplemente olvidó tirar algo tan nimio?… Y el tiempo añadió los ingredientes justos para que un día nosotros “leyéramos” la información que contiene y aprendiéramos algo más de la época que lo produjo. Comencemos a leer:


La etiqueta presenta el producto de una marca suiza, preparada en España. Incluye, las dosis necesarias para bebés desde la primera semana de vida y recomendaciones higiénicas durante la preparación, que nos hablan de la sociedad a la que va dirigido el producto, y que hoy resultan, cuanto menos llamativas: “con una cuchara limpia se sacará la leche del bote y protéjase éste después contra el polvo y las moscas…”. Una nota en rojo, nos llama la atención sobre el dorso del envoltorio y que va a responder a las preguntas que nos hacíamos:

La Sociedad Nestlé, en una estrategia publicitaria, promete la distribución, entre los consumidores, de dos millones de pesetas en regalos que podrán obtenerse mediante los bonos que aparecerán en todos sus productos. Y da un plazo de entrega: 31 de diciembre de 1935. Da vértigo pensar en el tiempo que ha pasado desde que alguien decidió guardar ese envoltorio. Los “lectores” vamos con ventaja, sabemos todo lo que estaba a punto de suceder apenas unos meses después.

Este producto, que se vendía como leche lacteada en las farmacias desde 1878, comienza a elaborarse como leche condensada en 1910. Su principal valor era la posibilidad de distribución en zonas donde no llegaba la leche fresca. Gracias a sus propiedades nutritivas, los médicos la recomendaban para la alimentación de los niños, hasta convertir a los bebés sanos en personajes emblemáticos de la empresa. Este aspecto, tendrá su reflejo en una amplia documentación publicitaria, que Nestlé encargó a los mejores artistas gráficos de la época, en la que los carteles, recortables, álbumes,  almanaques, folletos y placas metálicas para adornar las tiendas, tienen hoy un importante valor testimonial, artístico y emotivo. Este envase, dejó de fabricarse al año siguiente del final de la promoción, porque con la llegada de la Guerra Civil, la subida de los precios imponía vender cada bote por una peseta, lo que representaba una barrera psicológica. Por ello, la empresa decidió reducir el tamaño del envase, que a partir de entonces contendría trece onzas, en lugar de las catorce que correspondían al estándar internacional.

Han pasado los años y esta empresa, que Henri Nestlé “bautizó” con su propio apellido, que significa “pequeño nido”  como símbolo de  atención, calor y alimentación, se ha convertido en un gigante de la industria alimentaria.  Se ha ido adaptando a las épocas de escasez, a la llegada de la televisión, a la incorporación de la mujer en el mercado laboral, a los precocinados, a la preocupación por la línea y a los imprescindibles desnatados.

… Y todo esto sale de la curiosidad que provoca una simple etiqueta. Seguramente, la información sería más rica si tuviéramos la posibilidad de hablar con la persona que decidió guardarla, y que nos contaría la intrahistoria” de esta historia comercial. Si buscamos en nuestra propia memoria, seguramente encontraremos un trocito de nuestra infancia mezclada con el sabor dulzón y espeso de la leche condensada tomada a cucharadas.  Por algo la publicidad de las marcas principales de un país comienza a venderse en las tiendas de souvenir.

Nuestra memoria en papelillos de colores

En un sencillo acto de adivinación os imagino mientras leéis esta historia  con atención: papeles revueltos en vuestra mesa…. y pantalla llena de notas de colores, preferentemente amarillas, como neuronas de la memoria, que se han escapado de vuestra mente, en la que ya no confiáis, para haceros recordar que tenéis que llamar por teléfono a María, que hay que hacer una corrección a un texto, una cuenta pendiente, la lista de la compra… Puedo adivinar también cuáles están condenadas a no ser vistas: aquellas que ya se han doblado sobre sus esquinas y la tinta empieza a desaparecer. En fin, tantas notas que terminamos por no verlas. Se han hecho tan imprescindibles en nuestro trabajo, que existe la versión electrónica para los que apuestan por la “oficina sin papeles”. Con My Stickies, se pueden incluso dejar anotaciones cuando visitemos algunas páginas web.  Nuestra memoria en “papelillos” o post-it, esa palabreja que nadie pronuncia igual.

La historia de las famosas notas Postit, comienza en 1968, cuando Spencer Silver, un investigador de la compañía 3M, buscaba un adhesivo potente, que finalmente resultó fallido. Toda la partida de pegamento se apartó y guardó. En 1974, uno de los ingenieros de la empresa, buscando una solución para evitar que se cayeran los papelitos que introducía en su libro de salmos para marcar las canciones cuando iba a la iglesia, pensó que sería ideal tener hojas con un poco de pegamento, de manera que resistiera ser pegado y despegado muchas veces. En ese momento, recordó, la vieja partida de pegamento malogrado, dando lugar a los ya imprescindibles Post-it,  marca registrada, propiedad de la Minnesota Mining and Manufacturing Company, más conocida como 3M.

Esto es lo que se dice un invento fortuito o dicho más literariamente, Serendipia, es decir, el hallazgo inesperado de cosas o ideas interesantes en el proceso de búsqueda de otras.  El término Serendipity, de connotaciones viajeras, fue acuñado en el siglo XVIII, por el escritor Horace Walpole, a partir de un cuento de 1557, titulado Los tres príncipes de Serendip, que relata la historia de unos individuos que, a medida que viajaban y gracias a su capacidad de observación y sagacidad, encontraban de manera fortuita la respuesta a problemas que previamente no se habían planteado.

La Documentación lo ha incorporado como uno más de los factores que sirven para evaluar los sistemas de recuperación de información, junto a la exhaustividad, la precisión, el silencio y el ruido. En las bibliotecas, la Serendipia, que algunos traducen como chiripa, es muy frecuente y en cierto modo está facilitada por los sistemas de clasificación, que permiten agrupar, en la misma estantería, libros de contenidos similares. También los catálogos en línea favorecen los hallazgos fortuitos y pertinentes. Tanto es así que, hay diseñadores de sistemas de información que visitan librerías y bibliotecas, para hojear material bibliográfico dejando discurrir el pensamiento, con objeto de ir definiendo las características de esos sistemas que están definiendo. ¿Se inspirarán usando hojas de colores?

Pero ¿Qué ocurre en lo personal?, ¿A dónde nos llevará la búsqueda si anotamos en esos «papeles de la memoria» algo insignificante a los ojos de los demás?. Jean Sébastien Monzani, nos hace una propuesta de búsqueda en el vídeo “Your secret”: “tomémonos el tiempo todos los días para pensar en un bello recuerdo”. Tal vez nos encontremos con la felicidad que nos producían los dulces cuando éramos niños o con la emoción que sentimos al hojear un libro usado.

La clave de tus claves

Cada mañana, cuando nos levantamos, encendemos el teléfono móvil introducimos el PIN y nos preparamos
para ir al trabajo. Tecleamos la clave para poner en marcha el coche. Llegamos a la empresa y para acceder introducimos nuestro número de empleado. Conectamos el ordenador y nos identificamos mediante nombre de usuario y password. Consultamos el correo electrónico, por supuesto después de teclear la contraseña. Y ya estamos preparados para trabajar en el sistema de bases de datos habitual, claro está, si recordamos cuál es la palabra de paso. En el descanso del desayuno, vemos que no tenemos dinero y acudimos a un cajero y a toda velocidad introducimos el número que nos posibilita “pagar el café”. De vuelta al trabajo, hacemos unas operaciones en la caja electrónica de nuestro banco, para ver si nos han ingresado la nómina y para finalizar el día compramos el billete de tren… Al cabo del día ¿cuántas claves utilizamos?. ¿Cuántas denominaciones para un mismo código secreto?. De forma paralela al recorrido que acabamos de describir, usamos otras tantas llaves: al salir de la casa, al abrir el garaje, al poner en marcha el coche, para usar la taquilla del gimnasio y para comprobar si hay cartas en el buzón.

Llaves y claves que nos dan acceso, como si de magia se tratara. Como si invocáramos una y otra vez el “ábrete sésamo” del famoso cuento “Alibabá y los 40 ladrones”. La sociedad de la información, no ha hecho más que poner en valor algo muy antiguo, pues el origen de la palabra clave se remonta a la antigua Roma. Las primeras cerraduras que se usaron en Roma consistían en dos argollas, atravesadas por un clavo. Dada la facilidad de apertura, se hicieron necesarios otros sistemas más complejos que impidieran los robos. De ese modo, surgieron clavos con formas específicas para cada puerta, de forma que sólo el dueño de la casa pudiera abrir y cerrar. También se modificó ligeramente la palabra, que pasó a llamarse clavis (llave, clave). En España, llave fue usada desde muy temprano, pero clave, no empezó a usarse hasta el siglo XVI, y siempre en sentido figurado, aludiendo a código secreto o reglas de funcionamiento.

Hoy, el término se usa indistintamente al de contraseña y password. Manejamos infinidad de claves en nuestro quehacer diario, tanto en el trabajo como en el hogar. Para recordarlas, escogemos contraseñas con un significado personal, como recurso mnemotécnico. Helen Petrie, especialista en el estudio de la interacción entre personas y ordenadores, afirma que “cuando se intenta pensar en un código de acceso, muchas veces salen a la luz palabras relacionadas con viejas obsesiones, hábitos de vida e inclusive, frustraciones, como una nueva versión digital del viejo test de Rorschach con las famosa manchas de tinta”.

Por ello, no es extraño que nos “retratemos” con nuestras claves: el amante de los animales utiliza el nombre de su mascota, el hincha deportivo homenajea a su equipo favorito, las madres usan el nombre de sus hijos y los enamorados, el nombre de la persona por la que “beben los vientos”. También, hay un retrato evolutivo de nuestro aprendizaje informático como sociedad. En los inicios de la informática, eran muchos los usuarios que utilizaban el término “hola” como contraseña, confiriendo un carácter anímico a la máquina a la que se enfrentaban.

La revista PC Magazine, publicó las 10 contraseñas más frecuentes y que harían troncharse de risa a cualquier experto en seguridad. Entre ellas, figuran: password, 123456, qwerty y el primer nombre del usuario… Bastaría un aprendiz de pirata, para acceder a las cuentas de estos confiados usuarios.

Pero, claro está, si seguimos las recomendaciones de los especialistas, ¿cómo recordarlas después? Todo menos apuntarlas en un post-hit pegado en la pantalla: usar combinaciones de caracteres alfanuméricos, símbolos, alternar mayúsculas y minúsculas y utilizar la extensión adecuada, para multiplicar las posibilidades combinatorias.

¿Podríamos recordar una clave de 60 caracteres?. Para ello, hay quién propone usar passphrases extraídas de algún párrafo de nuestro libro favorito y simplificar, usando la primera letra de cada palabra. De este modo, Euldlmdcnnqa, sería una clave que, además de ser segura, demuestra, una vez más, la versatilidad del Quijote, cuyo comienzo todo el mundo recuerda aunque nunca lo haya leído: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”

Las numerosas maneras en las que las contraseñas pueden comprometer la seguridad, está impulsando otras técnicas, como los métodos biométricos, que permiten la autenticación basándose en características personales inalterables, como las huellas digitales o el iris ocular. Imaginamos que la Piratología, estará poniendo al día sus investigaciones, para seguir funcionando “con normalidad”. Por nuestra parte, los documentalistas, seguiremos seleccionando palabras-clave que, por arte de magia, os permitirán encontrar la información que buscáis.