El camino hacia la cima es, como el viaje hacia uno mismo, una ruta en solitario
Alessandro Gogna
Tim Kemple. Alex Honnold en el Parque Nacional de Yosemite
Todos tenemos una montaña, real o imaginaria, a la que ascender cuando aprieta la rutina, espacio de soledad para huir de la soledad, refugio donde aspirar el aire sintiendo el peso de la fugacidad.
Todos tenemos ese lugar donde perdernos cuando queremos ser encontrados, la cima de la que bajar con la esperanza de encontrar lo que se ha perdido. Porque desde arriba todo se ve mejor, o tal vez solo para que nos echen de menos.
Ya ves donde tuve que escapar, a escribir y a escuchar
Y todo daba igual, la confesión, las presiones, el dolor
La última conversación en la que te perdí
Al llegar a esta altura tan brutal me perdí
¿Quién se acuerda de mí en este lugar?
Que vida tan fugaz, ahora escribo un boletín
Ahora escribo un boletín para que te acuerdes de mí
Al volver, no sé qué nos va a pasar
Tú en el mar y yo a mil metros sobre tí
¿Qué nos va a pasar?, y ahora escribo un boletín
Ahora escribo el boletín para que te acuerdes de mí
No tengo un destino concreto pero seguiré viajando mientras que haya un sitio a donde ir
A veces tardamos años en cruzar una calle o en pronunciar una frase, necesitamos antes realizar un largo viaje, tal vez en el tiempo, tal vez en el espacio. Años o kilómetros para recorrer solo unos metros o expresar un sentimiento. Y cuando por fin lo hacemos descubrimos que “no fue tan difícil, todo depende de quién te espere al otro lado.”
Esa es la esencia del viaje que emprenden los personajes de la película que os propongo hoy: “My Blueberry Nights” de Wong Kar Wai que nos habla de la fugacidad del amor y de nuestro intento desesperado por retenerlo. Un viaje en el que Nueva York es origen y destino de un recorrido por la geografía norteamericana a través de la mítica Ruta 66. Un Nueva York nocturno, lluvioso, con luces de neón, trenes y tranvías que, con un destino incierto, pasan continuamente junto al café en el que se reúnen los pobladores noctámbulos que comparten su desamor y esperan el regreso. Nosotros podemos verlos entre los rótulos de las ventanas como si nos asomáramos a un cuadro de Edward Hopper, colándonos en esa atmósfera en la que la intimidad se confiesa ante la barra del bar. Todos ubicados en bares y restaurantes como único hogar, con sus inseguridades y un pasado lleno de pérdidas, buscan la pieza que le falta a su puzle.
Elizabeth ha perdido el amor y busca las razones una y otra noche, y no entiende que quizás no hay una razón, solo sucede… que la vida pasa. Se siente como esa tarta de arándanos que noche tras noche permanece intacta porque nadie la quiere. En su búsqueda, decide iniciar un viaje por América con la intención de encontrar una nueva vida que la aleje de su pasado. Jeremy también ha sufrido un desengaño amoroso, pero su actitud ante la pérdida es la espera; su madre le enseñó de pequeño que si se perdía en el parque debía permanecer quieto hasta que ella lo encontrara. Y espera regentando el café al que llegan los clientes que le cuentan sus penas y le hacen depositario de las llaves de sus casas. Él las conserva todas en un tarro de cristal, porque cada una mantiene la esperanza de una puerta que se abre y el deseo de recuperar el pasado.
Y así en este viaje espiritual que los separa y tal vez los una, ella queda convertida en Ulises y él en Penélope. Ella va encontrando en su camino otros personajes con el alma rota, personajes que hacen de espejo y la definen en la búsqueda de sí misma. Él mantiene su memoria tejiendo un hilo con las postales escritas como si se lanzaran al mar mensajes en una botella.
La música convertida en un elemento más del paisaje es también un recorrido por la geografía norteamericana con sus notas de jazz, folk, blues y soul. Wong Kar Wai cuenta que antes de hacer la película realizó la ruta tres veces mientras iba escuchando la música que fue conformando la banda sonora de la película. Al tiempo que los personajes buscan su lugar en el mundo, Otis Redding canta Try a little Tenderness recordándonos que la espera, el viaje, se alivia con un poco de ternura.
Sabes que está esperando
simplemente deseando
esa cosa que nunca, nunca, nunca, nunca poseerá
Pero mientras está allí esperando
prueba con un poco de ternura
Como un lazo invisible con su anterior película suena una versión en clave de jazz de ‘Yumeji’s Theme’, el tema instrumental compuesto por Shigeru Umebayashi para ‘In the mood for love’, tal vez como un guiño ya que “My Blueberry Nights’ está basada en un cortometraje que Wong Kar-Wai realizó como parte de una obra mayor titulada ‘Tres historias de comida’, junto a otro que posteriormente se convirtió en ‘In the mood for love’, y un tercero.
La comida, a modo de símbolo, es esa tarta que cada noche permanece entera porque nadie la ha solicitado. No hay motivo aparente… solo la vida que pasa. Pero una noche, tras un largo viaje cruzamos la calle, entramos en el café y comemos tarta de arándanos. Entonces el puzle encaja y descubrimos que lo que andábamos buscando estaba en el punto de partida.