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«Decidí inventarme un trabajo. Me había dando cuenta de que sabía muchas cosas inconexas, pero que era capaz de conectarlas en pocas horas con algunas visitas a la biblioteca[…] Yo sabía hacer una buena bibliografía. […] Sería una especie de detective del saber. En lugar de meter las narices en los bares de alterne y en los burdeles, tenía que ir por las librerías, las bibliotecas, los pasillos de los departamentos universitarios. Y después esperar en mi despacho, con los pies sobre el escritorio y un vaso de papel con whisky de los ultramarinos de la esquina. Alguien llama y dice: “Estoy traduciendo un libro y me he topado con un tal, o unos tales, Motocallemin. No logro comprender de qué se trata”.

Tú tampoco lo sabes, pero no importa, pides dos días de tiempo. Vas a mirar algún fichero en la biblioteca, ofreces un pitillo al tío de la sección de referencias, encuentras una pista. […]

Pero iba acumulando experiencia, conocimientos, no desperdiciaba nada. Fichaba todo. […] El criterio era riguroso, y creo que es el mismo de los servicios secretos: no hay informaciones mejores que otras, el poder consiste en ficharlas todas, y después buscar las conexiones. Conexiones siempre existen, sólo es cuestión de querer encontrarlas.»

Humberto Eco. El péndulo de Foucault (1988)

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