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La información me busca

“Cuando se buscan conexiones se acaba encontrándolas por todas partes y entre cualquier cosa. El mundo estalla en una red, un torbellino de parentescos en el que todo remite a todo, y todo explica todo».

Umberto Eco

En el Universo, ocurren diferentes sucesos que, de alguna manera, afectan a los seres humanos. Son sucesos difíciles de entender desde nuestra forma racional de interpretar lo que nos acontece. La filosofía, la mitología, la religión y la parapsicología dan respuestas enmarcadas en contextos culturales que no siempre nos convencen y la ciencia, por su parte, trata de estudiar las reglas y leyes que rigen estos hechos.

Pero ninguna evita que nosotros, ciudadanos de a pie, nos quedemos perplejos cuando se encadena una serie de circunstancias que llamamos casualidades, pero que actúan como respuestas a dudas que se nos han planteado. Puede ser una canción, una sensación o la página de un libro. Desde la Física se desarrollan teorías que no alcanzamos a valorar si son ciertas o meras especulaciones, que nos hablan de dos mundos que están conectados, el mundo material y el de los sentidos.

Podemos ser meros espectadores, tomarlo a broma o suponer que existe un orden superior que nos pone frente a las cosas que necesitamos saber, para encontrar lo que buscamos. Como de búsqueda se trata, pensamos que nuestra profesión y el entorno en el que nos movemos es especialmente sensible a estos hechos. Los libros, carteles, documentos y el continuo manejo de información hace que nos topemos repetidamente con esas coincidencias significativas que el psicólogo C. G. Jung denominó principio de sincronicidad. Se trata de la coincidencia en el tiempo de dos o más sucesos no relacionados causalmente y que tienen el mismo significado para el receptor de los mismos.

Reflexionad un poco y pensad si alguna vez no habéis abierto un libro justo por una frase que responde a una pregunta que acabáis de formular, pronunciáis una palabra y acto seguido la oís en la radio, como si hubiera sintonía con el locutor al que no conocéis de nada; os ronda un problema por la cabeza y de pronto leéis un cartel publicitario que dice: “¿Y si probaras  a decir lo que sientes?”. Te planteas una duda y al abrir un periódico encuentras un artículo sobre el tema. Hablas de un antiguo profesor con el que no tienes relación alguna y de pronto llama por teléfono interesándose por un libro que hay en tu biblioteca. Buscas información para atender a un usuario, no encuentras nada, pero al día siguiente llega a tu correo electrónico un mensaje por error, que comunica dónde puedes localizar la información, totalmente pertinente, que estabas buscando… Es como si la información nos buscara. ¿Alguien da más?. Pues sí, la historia que se cita siempre como ejemplo de sincronicidad le sucedió (o al menos eso se cuenta) al actor Anthony Hopkins .

Preparaba su papel para el rodaje de la película “La chica de Petrovka” y decidió comprar la novela en la que se basaba el guión, pero no consiguió encontrarlo en ninguna librería londinense. De vuelta a casa, fue a tomar el metro a la estación de Leicester Square cuando, de pronto, halló el libro en un banco. Se trataba de un ejemplar usado, con anotaciones en los márgenes. ¡Que casualidad¡ debió pensar en ese momento… pero tiempo después, durante el rodaje, conoció a George Feifer, el autor del libro, que contó a Hopkins que había perdido en el metro su ejemplar anotado…

Estas coincidencias, ¿contienen un mensaje escondido dirigido a nosotros? ¿Qué fuerza desconocida representan? Hay quien habla de un «inconsciente colectivo», como almacén secreto de recuerdos, a través de los cuales las mentes pueden comunicarse. Deepak Chopra, pionero de la medicina mente–cuerpo, escribe en su libro Sincrodestino, que “cada coincidencia es un mensaje, una pista sobre un aspecto particular de nuestras vidas que requiere atención”.  Según Zancolli, existen dos subtipos de sincronicidad. “El primero de ellos es el denominado ‘ángel de la biblioteca’, que es el hallazgo de libros y la unión especial que mantenemos con ellos. Decimos: ‘¡cómo me gustaría leer tal cosa!’, y a la hora alguien nos regala ese texto. El segundo, es la ‘serendipidad’: en el campo de la ciencia hay coincidencias que originan descubrimientos importantes. La naturaleza ayuda a quien está preparado para interpretar algo y encontrar en ello lo nuevo. Pero hay que tener la formación para poder interpretarla”. Chopra añade que hay que tomar conciencia de las coincidencias mientras ocurren, para así poder aprovechar las oportunidades y hacer que la conciencia se traduzca en energía.

Si esto es cierto, no estaría mal que en las Facultades y cursos de reciclaje para documentalistas, nos instruyeran en el manejo del principio de sincronicidad, quizás así nos evitaríamos horas rastreando información que a veces se empeña en ocultarse. De este modo cuando un usuario venga a preguntar cómo va su consulta, le responderemos “estoy esperando a que me busque”.


Los libros son un objeto de búsqueda

Se podría construir un relato hilando los títulos de los libros

Los libros pasan mucho tiempo en el estante, como quien mata el tiempo en la acera, esperando que alguien aparezca con alguna idea para hacer algo.

 Los libros son como compañeros de baile, erguidos, pegados unos a otros y dependientes del resto para asumir su estatus colectivo.

 Son los mártires del sábado por la noche, acaban en el mismo lugar y a la misma hora una semana tras otra.

 Los libros con sobrecubierta son como la cola en la parada del autobús, la hilera de usuarios con el rostro escondido tras el periódico.

 Los libros son como delincuentes en la rueda de reconocimiento: todos encajan en el perfil pero sólo uno será escogido. Los libros son un objeto de búsqueda.

 Henry Petroski. Mundolibro. Edhasa, 2002

Buscadores

«Decidí inventarme un trabajo. Me había dando cuenta de que sabía muchas cosas inconexas, pero que era capaz de conectarlas en pocas horas con algunas visitas a la biblioteca[…] Yo sabía hacer una buena bibliografía. […] Sería una especie de detective del saber. En lugar de meter las narices en los bares de alterne y en los burdeles, tenía que ir por las librerías, las bibliotecas, los pasillos de los departamentos universitarios. Y después esperar en mi despacho, con los pies sobre el escritorio y un vaso de papel con whisky de los ultramarinos de la esquina. Alguien llama y dice: “Estoy traduciendo un libro y me he topado con un tal, o unos tales, Motocallemin. No logro comprender de qué se trata”.

Tú tampoco lo sabes, pero no importa, pides dos días de tiempo. Vas a mirar algún fichero en la biblioteca, ofreces un pitillo al tío de la sección de referencias, encuentras una pista. […]

Pero iba acumulando experiencia, conocimientos, no desperdiciaba nada. Fichaba todo. […] El criterio era riguroso, y creo que es el mismo de los servicios secretos: no hay informaciones mejores que otras, el poder consiste en ficharlas todas, y después buscar las conexiones. Conexiones siempre existen, sólo es cuestión de querer encontrarlas.»

Humberto Eco. El péndulo de Foucault (1988)

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