¿Cómo imaginar un mundo sin música? Le faltaría al mundo el medio de expresión de los sentimientos. Acaso sería como una película sin banda sonora. Nuestra infancia se quedaría sin nanas y nuestra memoria no tendría un lugar para las historias que cuentan las canciones infantiles; nuestros juegos serían como ensayos monótonos. ¿Cómo expresar la desolación, el amor, el dolor y la alegría?. ¿Cómo decir tanto sin decir nada? ¿Cómo protestar contra lo que no nos gusta? ¿Cómo unir a miles de personas en torno a un poema si no puede ser musicado? ¿Cómo provocar con el descaro de un estribillo? ¿Cómo despedir a los seres queridos?
¿Y las calles…? Serían como inmensas habitaciones solitarias transitadas por gentes llenas de ruido. Cada tiempo y cada lugar tienen su propia banda sonora. ¿Recuerdas que a la caída del muro de Berlín las calles de Europa se abrieron a músicos experimentados que querían conocer otros mundos y que nos regalaron notas de violines y contrabajos?
¿Recuerdas qué música sonaba en las calles de esa ciudad que tanto te gustó el verano pasado?. En Praga brota la música clásica en cada esquina y qué decir de Viena donde te rodean los “mozart” con el programa en mano ofreciendo conciertos y prometiendo la felicidad en forma de vals.
Y las calles andaluzas son escuelas de flamenco. Son, en ocasiones experimentados músicos en busca del éxito y a veces desposeídos que repiten, una y otra vez, la única canción que saben tocar desde ese trocito de acera que han convertido en su hogar. Otras se integran en el paisaje turístico como si salieran de la postal sonora de un libro antiguo. Sus rostros, cargados de futuro o abatidos por el peso de la derrota, llenan las fotografías de los turistas embelesados con los artistas que parecen colocados para completar la escenografía del viaje.
¿Y París…? ¿Verdad que cuando pasas las hojas de tu álbum de fotos se escapan las notas de un acordeón? No imagino Montmartre sin los pintores y músicos que, apostados en calles y plazas, cantan canciones que nos inundan de una gustosa melancolía.
Una de las cantantes habituales de estas calles es ZAZ, una joven que ha apostado por el “jazz manouche”. Se la puede ver con la acera como escenario en el que hace de telón de fondo el menú de un restaurante y los vinos de la France. Su voz suena mejor en la calle que en la pantalla, cantando la tristeza de Edith Piaf o mirando a los turistas mientras entona una canción compuesta por ella, «Les passants». Los transeúntes, es decir nosotros los mirones, que por el arte de la música, pasamos a ser mirados.
Música para sentir y música como excusa para recorrer medio mundo con un mensaje de paz. En busca de músicos callejeros, Mark Johnson lleva varios años con su equipo de grabación móvil. Su proyecto, que ha denominado ‘Playing for change’, pretende dar una oportunidad y mejorar las condiciones de vida de aquellos que a diario despliegan su arte en las calles de ciudades de todo el mundo. Desde Santa Mónica a Nueva Orleans, Toulouse, Río de Janeiro, Barcelona, Pisa… los músicos están unidos por este lenguaje universal, en el que adquiere un protagonismo especial la canción «Stand by me» con la que quieren que su mensaje llegue a todos los rincones del planeta. Gracias a este proyecto, recogido en un documental, se ha podido crear la primera escuela de música de la Fundación Playing for Change en Sudáfrica.
Y la música sigue sonando… !Que no pare la música!. Y ahora, querido lector, si has llegado hasta aquí solo te queda dar un paseo disfrutando de las melodías que se esconden tras los enlaces y recordando cuál fue la canción con la que expresaste amor, tristeza, alegría, rabia o ternura. ¿Qué tal si nos la cuentas? ¿Qué tal si nos la cantas?
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