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Lo que hice mientras te esperaba

La vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes

John Lennon

Tiempo de espera en el aeropuerto

Tiempo de espera en el aeropuerto

Vivimos la vida como un eterno momento de espera. Siempre estamos esperando que suceda algo, que venga alguien. Las estaciones y aeropuertos con sus besos de despedida y bienvenida, sus adioses y encuentros, son la metáfora de esa eterna espera que es la vida. Huyendo del tiempo vacío, que pone a prueba el interés y la paciencia, recurrimos a «amortiguadores»: libros, revistas, móvil y tiendas mil que son una tentación para el consumo.

El smartphone con su capacidad de multitarea y acceso a redes sociales ha dado movilidad a nuestro lugar de trabajo y ha ampliado la dimensión social del libro porque, al poder compartir información en tiempo real con gente que está lejos, tenemos la sensación de estar menos solos.

Cada vez vivimos más en estos espacios transitorios y por eso brotan a cada paso los «servicios de amortiguación»: perfumerías, tiendas de ropa, restaurantes, gastrobares, cines, spas, capillas…

Pero si no quieres consumir y tienes los ojos fritos de tanto ordenador, puedes dedicar tu tiempo de espera a la observación de lo que te rodea, como ha hecho Sole Parody con este video. Si dejamos volar la imaginación podremos inventar historias sobre la gente que fluye como un rio desordenado. Solo necesitaremos unos minutos de atención para convertir el aeropuerto en un plató y transformar a los pasajeros en los personajes de un relato construido a base de nuestros referentes literarios y cinematográficos: la mujer atractiva, el marido, el hijo responsable, la niña que no deja de juguetear, el novio, la amante calculadora, el amigo cómplice… Los que tienen por costumbre dormirse en el tiempo de espera quedarán reducidos a simples extras, elementos de ambientación de nuestro relato.

Tú que vuelves de pasar el fin de semana fuera de casa, que mañana cogerás el metro para ir al trabajo, levanta la cabeza del móvil, observa e imagina qué historia esconde cada uno de los pasajeros, incluído tú. ¿Te atreves?

 

Para llenar un andén de besos…

Para llenar un andén de besos es necesario el pitido
de un tren

Marcos Pérez-Sauquillo Pérez

1943

Poeta español

Laurie Lipton. Time travel

Desde un hotel de Lima a París, Amsterdam y Nueva York

Las canciones viajan más que los astronautas.

Joaquín Sabina

Los hoteles son los hogares de miles de viajeros que añoran y crean entre sus paredes. ¿Cuántas historias esconden en sí mismos y entre tantas vidas que pasan por sus solitarias habitaciones?.

A un hotel de Lima que se construyó para celebrar la Batalla de Ayacucho, que dio fin al dominio colonial español, llegó un español para la inauguración de un parque. El aire decadente de sus habitaciones, la magia y el homenaje a la canción de Bob Dylan «To Ramona», buscaron los acordes, las rimas y la emoción. Y así nació esta canción que conocemos como Peces de ciudad y que es en sí un viaje por ciudades de un lado y otro del charco.

 

Se peinaba a lo garçon

la viajera que quiso enseñarme a besar

en la gare d’Austerlitz.

Primavera de un amor

amarillo y frugal como el sol

del veranillo de san Martín.

Hay quien dice que fui yo

el primero en olvidar

cuando en un si bemol de Jacques Brel

conocí a mademoiselle Amsterdam.

En la fatua Nueva York

da más sombra que los limoneros

la estatua de la libertad,

pero en desolation row

las sirenas de los petroleros

no dejan reír ni volar

y, en el coro de Babel,

desafina un español.

No hay más ley que la ley del tesoro

en las minas del rey Salomón.

Y desafiando el oleaje

sin timón ni timonel,

por mis sueños va, ligero de equipaje,

sobre un cascarón de nuez,

mi corazón de viaje,

luciendo los tatuajes

de un pasado bucanero,

de un velero al abordaje,

de un no te quiero querer.

Y cómo huir

cuando no quedan

islas para naufragar

al país

donde los sabios se retiran

del agravio de buscar

labios que sacan de quicio,

mentiras que ganan juicios

tan sumarios que envilecen

el cristal de los acuarios

de los peces de ciudad

que mordieron el anzuelo,

que bucean a ras del suelo,

que no merecen nadar.

El Dorado era un champú,

la virtud unos brazos en cruz,

el pecado una página web.

En Comala comprendí

que al lugar donde has sido feliz

no debieras tratar de volver.

Cuando en vuelo regular

pisé el cielo de Madrid

me esperaba una recién casada

que no se acordaba de mí.

Y desafiando el oleaje

sin timón ni timonel,

por mis venas va, ligero de equipaje,

sobre un cascarón de nuez,

mi corazón de viaje,

luciendo los tatuajes

de un pasado bucanero,

de un velero al abordaje,

de un liguero de mujer.

Y cómo huir

cuando no quedan

islas para naufragar

al país

donde los sabios se retiran

del agravio de buscar

labios que sacan de quicio,

mentiras que ganan juicios

tan sumarios que envilecen

el cristal de los acuarios

de los peces de ciudad

que perdieron las agallas

en un banco de morralla,

en una playa sin mar.

Joaquín Sabina. Peces de ciudad

Dímelo en la calle (2002)

 

Los libros son un objeto de búsqueda

Se podría construir un relato hilando los títulos de los libros

Los libros pasan mucho tiempo en el estante, como quien mata el tiempo en la acera, esperando que alguien aparezca con alguna idea para hacer algo.

 Los libros son como compañeros de baile, erguidos, pegados unos a otros y dependientes del resto para asumir su estatus colectivo.

 Son los mártires del sábado por la noche, acaban en el mismo lugar y a la misma hora una semana tras otra.

 Los libros con sobrecubierta son como la cola en la parada del autobús, la hilera de usuarios con el rostro escondido tras el periódico.

 Los libros son como delincuentes en la rueda de reconocimiento: todos encajan en el perfil pero sólo uno será escogido. Los libros son un objeto de búsqueda.

 Henry Petroski. Mundolibro. Edhasa, 2002