Helena, que nació dibujando, se muestra perezosa e impaciente en el aprendizaje de la lectura. Pero no renuncia a la vida social en la que se comporta como una más entre adultos. Podría decirse que ha aprendido a decidir y negociar antes que a leer. Opina sobre a qué restaurante ir porque le gustan sus platos y sabe esperar hasta llegar a la heladería que tiene helado de nube.
Pero la lectura se le impone en su comportamiento social, nota que la necesita para poder opinar. Me gusta observar cómo va descubriendo el mundo y me recuerda a mi en ese tiempo. Creo que mi afición a letreros y anuncios de la calle viene de ahí, porque mis primeras lecturas fueron los rótulos de los comercios que iba descubriendo al pasear mientras tiraban de mi porque me iba parando en la far-ma-cia, dro-gue-ría, pes-ca-de-ría… res-tau-raaaaaan-teeeeee. Lecturas hiperbreves interrumpidas por el paso acelerado. ¿Quién iba a pensar que la lectura no solo está en las cartillas y los libros?. Como si las calles no se leyeran.
Enfrentada a un amplio menú lleno de letras, para el que necesitaría una larga espera, comienza con el apartado de ensaladas que contiene una lista enumerada de todas las variedades posibles. Inicia muy atenta su lectura
En-sa
y aplicando el principio de adivinación, completa:
Ensaladas
Al llegar a la primera ensalada le cansaba la idea de tener que pasar el dedo por cada uno de los ingredientes, el precio, luego los primeros, segundos, postres, bebidas, vinos… y el «Gracias por visitarnos», así que tomó una decisión rápida que dejó a los demás comensales como lentos e indecisos:
¡Yo voy a pedir el primer capítulo!
En ese momento mi mente voló a los tiempos en que surgió la palabra capítulo vinculada a los monasterios, la lectura durante la comida en los refectorios, y a las innovaciones que introducen en la carta restaurantes como el Book de Oporto que ordena sus platos por capítulos. Quien quiera innovar que observe a un niño.
En realidad, leemos las cartas de los restaurantes como leemos los libros. Todo está conectado, esa es la magia de la cultura. Pero me sorprende que se mantenga ese esquema mental en una nativa digital de cinco años.
Si los niños ya nacen turistas, paladean sus primeras papillas en los restaurantes y marcan las decisiones de los padres a la hora de elegir destinos en sus viajes, ¿Por qué no se les presta más atención en el diseño de espacios y servicios?. Me gustó ver en Ginebra, la ciudad de la lectura, que en los restaurantes siempre había un rinconcito con libros infantiles y material para dibujar, pero aquí no es frecuente.
¿Por qué no se hacen cartas diseñadas para niños que todavía no saben leer?. Los esfuerzos parecen estar centrados siempre en el diseño del menú infantil. ¿Ha pensado algún restaurante en hacer cartas para colorear los platos que el niño pueda llevarse?. Tal vez sería una forma de fidelizar a esos pequeños clientes porque, por si no lo sabíais, los niños tienen voto.
Y vosotros ¿Conocéis alguna experiencia interesante?. Animaos y comentadlas.
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