Parece que por fín se decide a entrar este Otoño que llegó disfrazado de primavera. Lo he encontrado en las noches de Granada, en el frío de los dedos asomando en las sandalias, en la cara gustosamente helada al caminar y en la primera manta para dormir. Curioso contraste con el día caluroso que deja sin poesía los puestos de castañas en las calles, languideciendo mientras esperan a que bajen las temperaturas para abrir el frasco de perfume de brasas por las aceras. Entonces será cuando podamos ver derrotado al verano que huye.
De vuelta, adormecidos en el coche,
el verano tenía
la calidad abstracta del sueño de los otros.
Si las velas contienen
los momentos finales del crepúsculo,
si un animal inmenso se deshace
en las gentes de fuego de las playas
y los rompientes cumplen
el amargo papel de signo adverso,
todo aquello que huía con nosotros,
en el orden juicioso y familiar
de los veranos, de repente
nos desplazó del mundo
y en los ojos de extraños
se fundó su memoria.
Luis Muñoz. El verano que huye, 1991
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