Buscando su primer libro de cocina

Quien no se haya sentado a hablar alguna vez en una de estas cocinas no está capacitado para conocer la esencia del país […] Ella no sabe dónde está la poesía. No sabe que la poesía de su vida, más que en las hojas del árbol o en la brisa, está en esa cocina, tan poderosamente suya y tan nuestra también» Elvira Lindo

El placer de una mañana de despertar lento, desayunar sin prisas, comprar el periódico y salir a descubrir el mundo través de los ojos de una niña de tres años. Un descubrimiento que convierte una salida a hacer unas compras en un viaje en el que contemplar lo cotidiano desde el asiento de un autobús urbano.

Ella ilusionada con la idea de su primera visita a una librería. Yo con la promesa de compra de su primer libro de cocina. Desde que nació, la mayor parte de los regalos han sido libros. Con «El perrito motas» se inició en el amor a los perros y aprendió a pasar ordenadamente las páginas de un libro. Tanto le gustaba que lo prefería a otros juguetes.

Desde muy pequeña ha incorporado la percepción de los sentidos a su comportamiento y a sus expresiones: «Um que bien huele la comidita», «esta sopa está exquisita…» Cuando se enfada ya sabe cómo utilizar estas cuestiones para molestarte con un rotundo: «No me gusta tu comida…» Le gusta comer y participar en el ritual de las comidas familiares y de las conversaciones en las que se sitente una más; conversaciones que no tiene inconveniente en interrumpir cuando no le interesan: «!Comiendo no se habla!».

Creo que es el momento de ese libro que la aleje de un futuro lleno de precocinados y le haga disfrutar de la preparación de sencillas recetas al calor de la compañía de los que la quieren bien. Fuera ya de prejuicios que consideraban la cocina como un castigo femenino, este espacio se convierte en un lugar para los juegos de magia con los que relatar el origen de los ingredientes, disfrutar de sus colores, sus texturas y con los que conocer el mundo para hacerlo más sabroso.

En nuestro paseo hacia la librería vamos coleccionando miradas:

– ¿Vamos a la biblioteca a coger un libro?

– No, vamos a la librería. Es distinto, allí se compran libros, en la biblioteca se prestan.

– Mira el parque, mira el colegio…

– ¿Queda mucho? ¿Cuándo vamos a llegar a la biblioteca? ¿Eso qué es?

– Un salón de juego

– Un día vamos a venir a jugar

– No Helena, eso no es una ludoteca, es un lugar para mayores.

– !Mira el camión de los helados!. Va a recoger los helados para los niños. Luego nos vamos a comer un helado en casa ¿eh?

– Mira… !un hombre que ha cruzado el semáforo en rojo!

– ¿Queda mucho para llegar a la biblioteca?

– A la librería Helena, es una librería infantil

– Yo no sé decirlo…

Tras un larguísimo viaje de diez minutos en autobús llegamos a la librería donde divisa rápidamente una mesa para pintar y desplegar sus dotes artísticas mientras yo compro los libros. La librera intenta ser agradable y le pregunta que si sabe cocinar. Ella le relata los ingredientes del gazpacho. Ha olvidado el pepino, quizás para evitar la polémica… Con esta niña nunca se sabe.

De camino a casa, y con nuestro libro bajo el brazo, cogemos otra vez el autobús. El viaje de vuelta, como todos los regresos, se convierte en un mero trámite. El asiento es más bajo y no ve bien el exterior. Se impacienta diciendo: «No tengo suficiente estiranza para ver el suelo». Antes de llegar a casa hacemos una parada para comprar fruta: paraguayas, ciruelas y sandía. Afanosa en ayudarme con las bolsas, no hace alusión al libro, por lo que le pregunto:

– Helena, parece que no te ha hecho ilusión el libro, no dices nada.

– Me ha hecho ilusión la sandía…

Me pregunto a partir de qué edad empezamos a mentir…

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4 respuestas

  1. Precioso relato. Y la descripción de la pequeña gran H. estupendo.

  2. Creo que lo de mentir es algo innato en el ser humano, a veces por cobardía, miedo, piedad o simplemente por complacer, mentimos desde temprana edad. Afortunadamente, cuando somos niños todavía no entendermos lo complejo de la vida y la espontaneidad y frescura de nuestros pensamientos fluyen sin tapujos.

    El primer día que fuimos a la biblioteca publica mi hija que tenía entonces unos 3 años, ahora tiene 11, se limitó a decir;

    «Mami, me gusta la «biloteca» pero ¿los niños también tienen que estar callados? es que si hubiera libros de comer, me gustaría más.

    Así son ellos…sin barreras.

    Me encantó tu pequeña historia.

    Quizá la

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