Siempre me han fascinado los objetos, sus formas, el origen del diseño y por supuesto la historia que han ido acumulando a lo largo del tiempo. La historia de los objetos termina siendo la de sus dueños y la representación de una época. Por eso me gusta rastrear la ciudad en busca de secretos escondidos en bazares, zocos, mercadillos, librerías, tiendas de antigüedades y comercios que parecen sacados de otra época.
Cien objetos y miles de años se acumulan en la exposición «A History of the World in 100 Objects» que organizó el British Museum en colaboración con la BBC. Desde el hacha de silex a la tarjeta de crédito ¿Cuántas historias se esconden?.
Pero no hay mejor exposición que la que podemos encontrar en las calles, las que andamos a diario y las que observamos con atención cuando viajamos. ¿Cuántos objetos acumula este escaparate que parece dormido en el tiempo de las calles de Granada?. ¿Quién sigue necesitando un platero de madera y quién añora un moisés de mimbre?. ¿Qué clase social compraba muebles en una cordelería?. Y la espuerta ¿está contenta por haberse convertido en un objeto decorativo?
Por todo ello me hubiera gustado haber escrito este delicioso poema, pero Neruda se adelantó.
Amo las cosas loca,
locamente.
Me gustan las tenazas,
las tijeras,
adoro
las tazas,
las argollas,
las soperas,
sin hablar, por supuesto,
del sombrero.
Amo
todas las cosas,
no sólo
las supremas,
sino
las
infinita-
mente
chicas,
el dedal,
las espuelas,
los platos,
los floreros.
Ay, alma mía,
hermoso
es el planeta,
lleno
de pipas
por la mano
conducidas
en el humo,
de llaves,
de saleros,
en fin,
todo
lo que se hizo
por la mano del hombre, toda cosa:
las curvas del zapato,
el tejido,
el nuevo nacimiento
del oro
sin la sangre,
los anteojos,
los clavos,
las escobas,
los relojes, las brújulas,
las monedas, la suave
suavidad de las sillas.
Ay cuántas
cosas
puras
ha construido
el hombre:
de lana,
de madera,
de cristal,
de cordeles,
mesas
maravillosas,
navíos, escaleras.
Amo
todas
las cosas,
no porque sean
ardientes
o fragantes,
sino porque
no sé,
porque
este océano es el tuyo,
es el mío:
los botones,
las ruedas,
los pequeños
tesoros
olvidados,
los abanicos en
cuyos plumajes
desvaneció el amor
sus azahares,
las copas, los cuchillos,
las tijeras,
todo tiene
en el mango, en el contorno,
la huella
de unos dedos,
de una remota mano
perdida
en lo más olvidado del olvido.
Yo voy por casas,
calles,
ascensores,
tocando cosas,
divisando objetos
que en secreto ambiciono:
uno porque repica,
otro porque
es tan suave
como la suavidad de una cadera,
otro por su color de agua profunda,
otro por su espesor de terciopelo.
Oh río
irrevocable
de las cosas,
no se dirá
que sólo
amé
los peces,
o las plantas de selva y de pradera,
que no sólo
amé
lo que salta, sube, sobrevive, suspira.
No es verdad:
muchas cosas
me lo dijeron todo.
No sólo me tocaron
o las tocó mi mano,
sino que acompañaron
de tal modo
mi existencia
que conmigo existieron
y fueron para mí tan existentes
que vivieron conmigo media vida
y morirán conmigo media muerte.
PABLO NERUDA «ODA A LAS COSAS»
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